Lo
he pospuesto ya demasiado. Casi tres años después de su final y, tras infinitos
reproches por no haberla visto aún, me he decidido a empezar Breaking Bad.
La
verdad es que me daba una pereza espantosa empezarla. Drogas, cáncer,
Albuquerque… no son palabras clave que yo buscaría en una serie pero, una de
las series de televisión mejor valoradas de la historia, pues no podía pasar
desapercibida para mí.
Breaking Bad cuenta la historia de Walter, un profesor de química de 50 años, sobrado de talento, que da clases en un instituto sin ser valorado (hasta tal punto de tener que pluriemplearse para sobrevivir), padre de una familia modesta con una mujer bastante más joven que él, Skyler, con un hijo con parálisis cerebral, Walter Jr., y otro niño en camino.
Walt
descubre, en su 50 cumpleaños que tiene cáncer y, tras acompañar a su cuñado
(agente de narcóticos) a una redada y conocer las cantidades de dinero que
mueve el tráfico de drogas, decide aprovechar sus habilidades químicas para
cocinar metanfetamina con el fracaso escolar personificado, su antiguo alumno,
Jesse Pinkman, conocedor de ese mundo. De esta manera, Walter podrá ganar una
buena suma de dinero para facilitarle las cosas a su familia cuando él no esté.
Con
esta premisa, empieza una serie que pinta bien. Parece una trama interesante
que puede llegar a buen puerto.
El
punto fuerte son los dos personajes principales, en mi opinión. Walt y Jesse.
Walt
me gana por su evolución, ligera todavía, pero reseñable. Al principio se
presenta como un profesor tirando a pringado y un marido más bien calzonazos.
Ha vivido toda su vida reprimido pero el cáncer parece que, paradójicamente, le
ha dado ganas de vivir o, mejor dicho, de liberarse y hacer cosas, hasta ahora,
prohibidas.
A
grandes males, grandes remedios y, en esta serie, cada vez los males son más
grandes y los remedios, por lo tanto, también.
De
esta manera, Walter empieza a salir de su cascarón y a sentirse cómodo con su
nuevo rol de chico malo, en una espiral ascendente hasta el punto de inflexión
donde Walter White se convierte en Heisenberg. Walter acepta su condición, toma
las riendas y da un golpe en la mesa para hacerse valer delante de sus
adversarios en una secuencia de tensión y adrenalina que culmina con una
explosión y dices: SÍ! JODER!!
Pero
lo que más me gusta de este personaje es, como ya dije, ese contrapunto de
“badass” cuando hace falta, pero que sigue siendo, un poco, el pringado de
siempre. Los picos de maldad donde la piedad se disipa en contraste con los de
más ingenuidad y patosidad.
Nuestro
segundo personaje, Jesse, es el típico “Quinqui” que no terminó el instituto y
no hace nada provechoso de su vida. Un “ni-ni” le llamaríamos aquí. Pero a lo
bestia, con tráfico de drogas incluído. Es macarra vistiendo e, incluso,
hablando, con esa jerga callejera que se gasta (y su genial tono del
contestador).
Este
personaje tiene más chicha de la que parece. La serie nos mete en su vida
familiar, los problemas de integración en cuanto intenta buscar trabajo y dejar
la mala vida, etc. Empieza su evolución pero, de momento, es el que nos regala
los momentos divertidos y el que le da aire fresco a la serie.
En
segundo plano están Skyler, la mujer de Walt, que me pone de los nervios con
sus “intervenciones” pero, vete tú a saber qué haría yo en su situación; Marie,
la hermana de Skyler, que es odiosa pero tiene algunos detalles con Walter de
vez en cuando; Hank, el marido de Marie, que es el payaso de la serie(al menos
en la primera) y, por último, Walter Jr., hijo de Walter y Skyler, un
adolescente con parálisis cerebral.
Haré
una mención especial a RJ Mitte, actor que interpreta a Walter Jr., que padece
parálisis cerebral también en la vida real y lo hace realmente bien. De hecho,
es uno de mis personajes favoritos. Su humor y su manera de afrontar la vida a
pesar de todo, al igual que sus reproches a Walter cuando éste decide no
tratarse son, cuanto menos, inspiradores.
Toda
la historia está situada en Albuquerque, Nuevo México, lo que, en mi opinión es
muy acertado. Ese ambiente árido, seco, desértico, le viene que ni pintado a la
trama. El Desierto de Albuquerque pide a gritos dos socios tan peculiares como
los nuestros cocinando metanfetamina en él. La colorimetría, muy cuidada, contribuye
al ambiente terroso, color teja que tiene la serie.
Volviendo
a la trama, lo que me llama la atención, son todos los cabos sueltos que han
dejado en esta temporada y me intriga cómo van a resolverlos porque, hay tantas
pruebas que incriminan a Jesse y a Walter que la serie podría terminar en la
próxima temporada.
En
cuanto al ritmo de la serie, es una serie pausada, que se toma su tiempo para
contar las cosas y, no sé si es esto o que aún no me dio tiempo a engancharme a
causa de una temporada cortada con machada, víctima de la huelga de guionistas que,
por momentos, me aburrió.
Puede
que haya sido por las expectativas, pero me quedé con la sensación de ¿y esto
es todo? ¿esta es la mejor serie de la historia (o casi)?. Sí que me parece una
buena serie, pero no me he enamorado, no es el prodigio del que todo el mundo
habla. Por lo que tengo entendido, mejora con el tiempo (como el buen vino) así
que estoy decidida a seguirla y ver qué me depara.
Mientras
esperáis una nueva crítica de Breaking Bad, podéis echarle un ojo a la crítica deDaredevil de mi compi, Lino.
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